jueves, 13 de junio de 2024

SAN ANTONIO DE PADUA "EL GUINDERO"


San Antonio de Padua, también venerado como San Antonio de Lisboa (Lisboa, 15 de agosto de 1195 - Padua, 13 de junio de 1231), fue un fraile, predicador y teólogo portugués. Nació con el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, en el seno de una familia de la aristocracia.
En sus inicios en 1210, fue monje agustino en Coímbra. En 1220 se convirtió en fraile franciscano. Viajó mucho, viviendo primero en Portugal y luego en Italia y Francia. En 1221 participó junto con unos 3 000 frailes del Capítulo general de Asís (el más multitudinario de los llamados Capítulos de las esteras), donde vio y escuchó en persona a Francisco de Asís. Pronto se divulgó la noticia de la calidad de su sermón, y Antonio recibió una carta del propio san Francisco con el encargo de predicar y de enseñar Teología a los frailes. Se trasladó más tarde a Bolonia y a Padua.
Su capacidad de prédica era proverbial, a punto de ser llamado «Arca del Testamento» por Gregorio IX. Sus mensajes desafiaban los vicios sociales de su tiempo, en forma especial la avaricia y la práctica de la usura. Aquejado por continuas enfermedades, perseveraba en la enseñanza y en la escucha de confesiones hasta la puesta del sol, a menudo en ayunas. La multitud de gente que acudía desde las ciudades y pueblos a escuchar las predicaciones diarias lo obligó a abandonar las iglesias como recintos de prédica para hacerlo al aire libre.
Después de la Pascua de 1231, Antonio se retiró a la localidad de Camposampiero, pero decidió retornar a Padua poco después. Ya en las proximidades de Padua, se detuvo en el convento de Arcella donde murió prematuramente cuando todavía no alcanzaba la edad de treinta y seis años.
Basilica de San Antonio en Padua (Italia)
Las crónicas no nos aclaran ni cuando ocurrió, probablemente en un verano del siglo XVII, ni el nombre del protagonista.
El campesino, con su borrico cargado con dos serones repletos de unas brillantes y fresquísimas guindas, se dirigía feliz hacia la Puerta de la Vega para entrar a Madrid. Y motivos tenía: la cosecha había sido buenísima y esperaba sacar unos buenos dineros por su venta. Pero poco dura la felicidad en casa del pobre. El Sol empezaba a picar, la carga era pesada y la Cuesta de la Vega dura de subir, así que el burro empezó a renquear y Aniceto a darle jarabe de palo hasta que el animal dio una especie de corveta y allá fueron serones y guindas rodando la cuesta abajo. ¡Qué desastre! Las antes lustrosas guindas alfombraban ahora la cuesta, algunas espachurradas, todas cubiertas del polvo y del detritus del camino. Aniceto en vez de jurar en caldeo y arameo como demandaba la ocasión, invocó a todo el santoral en su ayuda, sin olvidar a San Antonio del que era muy devoto.
En estas estaba cuando acertó a pasar por allí un joven franciscano, que al ver el deplorable cuadro se puso a recoger las guindas y devolverlas a los serones. ¡Deje vuesa merced, padre –clamaba Aniceto- que es inútil. Inútil! Pero el fraile siguió y los atónitos ojos de Aniceto vieron que las guindas que estaban ya en los serones brillaban y lucían aún mejor que antes de la caída. En acabada la recogida, el bueno de Niceto quiso dar al fraile una cesta de guindas en muestra de agradecimiento. No tenía otra cosa. El fraile con una sonrisa se lo agradeció y le dijo que mejor se las llevase después a la iglesia de San Nicolás, que él estaría allí.
Concluía la mañana y llegaba la tarde, cuando nuestro hortelano antes de marchar de Madrid y feliz por haber vendido toda su mercancía a buen precio, se pasó por San Nicolás para cumplimentar a su benefactor. Solo halló a esas horas en la iglesia a un sacristán trajinando en sus ocupaciones, al cual pidió razón de un fraile joven que era así y asá, que le había dicho que estaba en aquella iglesia. 
El sacristán se volvió y socarrón le dijo que allí de frailes solo había uno, señalando a un cuadro que representaba a San Antonio de Padua. Y en la imagen del santo reconoció Aniceto a su benefactor. Cuentan que el hortelano exclamó “¡¿Con que santo, eh? Así ya se puede”! Cosa que no se sabría interpretar si como rústica expresión de reconocimiento, o como algo ingrato y poco edificante.
El caso es que como ocurría en aquellos tiempos con este tipo de acontecimientos, la noticia corrió de punta a punta de la Villa, y la imagen del santo, que a partir de ese día se conoció como San Antonio el Guindero, pasó a tener un buen número de nuevos devotos, tantos que en 1720 se fundó la Real e Ilustre Congregación de San Antonio de Padua “El Guindero” que perdura hasta nuestros días. 

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